jueves
el día menos pensado (los mecánicos también serán hijos de dios) - Capítulo 12
La almohada era increíblemente cómoda. Tuvo la exacta noción de eso en el momento en que un rayo hizo crujir la tranquilidad de la noche. No llegó a sobresaltarse, pero sintió el respingo que dio Ricardo en la otra punta de la cama de dos plazas, que les habían cedido en nombre de Barragán. La única razón que encontraba a que no les hubieran ofrecido camas separadas era que no esperaban que un par de extraños que fuera a pasar la noche en la casa. Seguramente esa cama estaba siempre lista. El silencio total se hizo presente. Estaba ahí, holgazaneando en una estancia en medio del campo, sin más testigo que su amigo. Y lo tranquilizó la insistencia de Ricardo en hablar por teléfono a Buenos Aires: ya alguien sabía dónde estaban –la famosa Grillo– y eso parecía ser una especie de talismán que alejaba la posibilidad de cualquier evento desagradable.
–¡Ahrghaaaahhh!
–Richie, ¡¿qué te pasa, Richie?!
–¡¡Ahrghaaaahhhquijoputamadre!! ¡¡Ahhh!! Buf… ¡Qué sueño de mierda! Tengo la boca reseca, Ojota.
Contuvo la respiración y un rumor de lluvia pasó a primer plano. Ricardo se levantó y se dirigió hacia el baño que habían visto al fondo, antes de apagar el farolito que tenían como toda iluminación. Un relámpago lo dibujó como un pingüino gigante a contraluz. Recordó las indicaciones del mozo: una jarra y dos vasos sobre la mesa. Se sirvió agua hasta donde el peso del vaso le indicó que se estaba llenando y lo bebió en una sucesión de tragos cortos.
–Soñé que veníamos con Tino... –empezó a contar. Respiró profundo y continuó–. Pero en mi auto. Y llegábamos a esta casa, pero que era parecida, no igual lo que se dice igual, y que tenía luces que le daban de frente. Muchas luces. ¿Querés agua?
–No, gracias.
–Afuera de la casa, había gente charlando. Me parece que los viejos de la pulpería... Uno dice algo que no llego a escuchar y los otros asienten y ríen por lo bajo. Tino me lleva hasta la puerta, la abre y me dice que Barragán me está esperando en su despacho. Para mí, en el sueño, era lo más natural del mundo. Era la primera vez que estaba ahí y conocía perfectamente el camino. El pasillo por el que iba era largo y no se escuchaba otra cosa que mis pasos. Me paro enfrente de una puerta... Golpeo y se abre sin hacer ni un chistido. ¿Y sabés qué veo? A Barragán montado sobre la espalda de una mina, tipo perritos. No les veo las caras porque están medio de espaldas, pero me empiezan a llegar los gemidos de los dos. Y en un tris, la mina da vuelta la cara y me mira con ojos de perra en celo y ¿quién era, Ojota? ¿Quién carajos te creés que era? Era Grillo, Ojota; ¿entendés lo que te estoy diciendo? Y la guacha se sonríe mientras el tal Barragán la penetra con más fuerza. Yo, loco de celos pero aterrorizado reculo hasta dar con el costado de un hogar a leña. Y entonces, el hijo de puta saca la cabeza de atrás de la cabeza de Grillo y ¿quién es Barragán, Ojota? ¡Adiviná quién es Barragán!
–Qué se yo, Richie, Barragán es Barragán...
–¡No y no! ¡Error! Barragán es Klupfter. ¡El compañero de trabajo de Grillo, Ojota!
–Ahhh... Ése al que nunca le acertás el apellido.
–¿Ahora te das cuenta por qué me pasa eso? Porque lo tengo metido acá, en el subconsciente... –subrayó dándose golpecitos con la punta del índice en la sien–. Y con Barragán, me pasa lo mismo, por eso se me mezclan en uno solo. Es cosa del Demonio, Ojota, te lo firmo. Pero no termina ahí. Los dos siguen con lo suyo como si yo no existiera. Con la mano, así sin mirar ni nada, sabiendo dónde estaba, agarré un atizador para brasas, de esos que son como un arponcito. Y les empecé a pegar a los dos. Que más los lastimaba y más se reían de mí. Y saltaba la sangre y escuchaba el ruido sordo del metal golpeando la carne, un chasquido, como un chirlo amplificado. Entonces grité de furia y cuando estaba por ensartarle el corazón a él, me despertaste vos.
–¡Qué feo sueño, Richie!
–Si, boludo, pero por lo menos me hubieras dejado que lo mate como a un perro sucio.
–Vos estás enamorado de Grillo.
–¡Prrffff! Mejor sigo durmiendo. Igual, gracias por despertarme.
Se quedaron en un brumoso silencio que a los pocos segundos se quebró con un tupido caer de gotas. El clima no daba tregua. A Ojota, de tan solo pensar que deberían volver caminando hasta el taller del Gato, le dieron unas terribles ganas de quedarse un par de días en Loreto; haciendo nada, tratando de pescar a Barragán. Cuando el apellido se le apareció en medio de la oscuridad, recordó las textuales palabras del parroquiano que explicaban la conexión entre el mecánico y el magnate loretino:
–Estos dos hombres tienen un pacto que acaba de llegar a su último día. Cuando Barragán le dio en custodia a la niña, lo hizo para que su mujer no se enterara y no sufriera. No le temía a las consecuencias de sus actos. No le temía a la verdad de estar ocultando a una hija. Tenía un inmenso temor a hacerle daño a su esposa; Dios la tenga en la Gloria. –El parroquiano se persignó e hizo un breve silencio–. Pero sabía que era lo correcto. ¿Qué podían opinar los demás si ni siquiera sabían lo que hacía latir su corazón y nunca, pero nunca, iban a poder conocer la magnitud de lo que sentía por su esposa? Nada. Eso iban a decir. Si Barragán hace silencio, el mismo muro de ausencia de palabras se yergue con más solvencia hasta ser impenetrable. Sin embargo desconfiaba del poder de las pequeñas verdades que crecen en las sombras, porque sabía (y sabe) que taladran más que mil calumnias. Nada que no se haya solucionado con un castigo ejemplar… Uno de los finales posibles del pacto era la muerte de la señora Barragán. Llegado ese día, pasaría a buscar a su hija bastarda para llevarla con él. Hombres de palabra son los que la sostienen en sus actos. Ayer a la madrugada y para dolor de todo Loreto, falleció Otilia Nazarena Segunda Basualdo de Barragán. –Hizo un respetuoso silencio–. Quizás me haya excedido un poco en detalles que para ustedes no significan demasiado… Nombres que olvidarán con el paso de las semanas, paisajes que se les irán destiñendo en la memoria, pero que para los loretinos representan la construcción de nuestra historia. La de cada uno de nosotros. Algún día, quizás, alguna de estas palabras o algún aroma o el paso de un circo abandone la larga galería de los recuerdos borrosos, a los que uno le echa mano de cuando en cuando, para sorprenderlos cuando menos lo esperan.
Las gotas de la lluvia habían dejado de caer. Ojota empezó a escuchar cómo iba profundizándose la respiración de Ricardo hasta casi convertirse en un ronquido. Cerró los ojos y su cabeza se llenó de imágenes. Lo que lo sacaría del sueño serían los golpes en la puerta y una voz anunciando que se iba a servir el desayuno.