martes

el día menos pensado (los mecánicos también serán hijos de dios) - Capítulo 6









Ricardo se acercaba con paso cansino. Iba pateando hipotéticas piedras: escollos en su cabeza y pensamientos enredados en su historia. Sobrevolaba el pasado cuando escuchó la voz de su amigo que lo interpelaba acerca de su paradero más reciente.

–Estoy preocupado, Ojota. Las rachas de mala leche son como las fichas de dominó, ¿entendés? Caen ¡tak–tak–tak! una tras otra. Hasta que algo las detiene. Lo que nos pasó es un buen ejemplo de mala leche… ¿Por qué tenía que romperse algo de lo que nunca había escuchado hablar? Yo no soy vidente ni brujo, ni nada de eso, pero siempre le doy bola a mis presentimientos. Así que, por las dudas, llamemos a Buenos Aires. Quiero que alguien sepa dónde estamos. Calculo que el Gato nos va a prestar el teléfono, ¿no? Prestar… Con lo que nos cobra bien podríamos estar hablando un mes…

Ojota escrutó el cielo y vio la escasa luz de una noche nublada, en ciernes. Alguno de los dos tendría que ir a preguntarle. La brisa se estaba convirtiendo en viento. Decidió que era un buen momento para rescatar la campera de adentro del auto y, “desinteresadamente”, ir a golpear la puerta aquella que atravesaban el Gato y la émula de Judy Garland.

–Yo le pregunto, Richie –dijo y dio vuelta sobre sus pies sin esperar respuesta.

Ricardo lo vio caminar y hundirse en un túnel de aire negro hasta que volvió a la superficie en la tenue luz que irradiaba el taller. Ojota entró y divisó la puerta de metal enclavada en la pared, adornada por abolladuras y vestigios de verdín cerca del piso. Se acomodó la campera. Estiró los brazos para constatar que el elástico de las mangas ceñía sus muñecas. Golpeó fuerte y la chapa cimbró. No escuchó nada hasta que el picaporte giró dando un quejido. Quien abría tironeó un par de veces la puerta que, en una esquina, pugnaba por aferrarse al suelo. El recorte luz descubrió unas zapatillas blancas de suela chata. El corazón le dio un respingo. Sin ánimos de ofender, levantó la vista lentamente, recorriendo palmo a palmo la silueta que iba formando el borde irregular del cuerpo de la chica. Cuando llegó a los ojos, le pareció un poco más pequeña de lo que había creído. No de edad; pequeña de cuerpo, comprimida en todos sus puntos. Ella se cerró un saquito sobre el pecho y abrió la boca para decir algo, al tiempo que Ojota ejecutaba un movimiento idéntico que los dejó a ambos sin habla. Se miraron sostenido unos segundos. Ella sonrió y él le devolvió el gesto. Aclaró su voz y, olvidando el motivo de su visita, se concentró en encontrar una forma de decirle, con exactitud, lo que quería decirle.

–Hoy te vi irte y volver.
–¿Quién es, nena? –Preguntó el Gato sin entrar aún en cuadro.

Como en un paso de comedia, la chica bajó la vista y se fue correteando por el camino, al tiempo que el Gato aparecía con la cara roja delante de Ojota.

–¿En qué puedo servirlo, muchacho?
–Ehh... Le quería preguntar algo. Resulta que con esto del accidente... Bueno, de que se rompió el auto… No sé si se lo puede llamar accidente.
–Hasta donde yo sé, es un accidente. Salvo que su amigo lo haya planificado. O usted. Y ahí estaríamos hablando de otra cosa sobre la que prefiero ni preguntarme. ¿Sabe por qué? –Ojota negó con la cabeza–. Precisamente porque la primer pregunta que tendría que responderme es “¿Por qué?” y esa pregunta suele traer complicaciones. ¿Me entiende?
–Hmmm… No sé si le entendí del todo bien… Pero lo que quería decirle es que venimos en viaje de negocios, sabe, y tendríamos que avisar a Buenos Aires que estamos demorados por… este asunto del auto. Si no fuera importante no me atrevería a preguntárselo, pero lo es y mucho. Urgente le diría. –Hizo un revoleo de ojos para dar un aire de desamparo.
–Yo sí lo entiendo. Pero todavía no me preguntó nada.
–Claro, es verdad. –Se golpeó la cabeza con la palma de la mano. Quería espantar la imagen de la chica que insistía en distraerlo–. Le quería preguntar si nos podría prestar el teléfono.
–Ah, sí, claro... El teléfono –dijo y se quedó estudiando la cara de su visitante–. ¿Usted quiere llamar desde mi teléfono a Buenos Aires? ¿Es eso?
–Exactamente, Don Gato.
–Dígame Gato, nomás. Yo, encantado, pero no se puede llamar a larga distancia desde acá. –Ojota se desmoronó–. Me quisieron vender el servicio pero yo no tengo a nadie a quien llamar en Buenos Aires ni en otro lugar en la tierra, así que dije que no. ¿Para qué querría larga distancia? Además, a lo sumo me llaman. Yo casi nunca llamo a nadie. La verdad es que no les que queda otra alternativa que ir a Loreto a buscar el repuesto, así que... Ahí hay larga distancia. Ya que hablamos de esto… Justo estaba por ir a decirles que yo no puedo llevarlos porque tengo que empezar a desarmar todo lo que tengo que desarmar. Esto no es soplar y hacer botellas… Meter la mano en un motor es como operar a un hombre: uno nunca sabe lo que se puede encontrar. Así que si empiezan la caminata a la mañana bien temprano a la tardecita están allá. Pasan la noche en lo de Barragán que es… digamos… un viejo conocido de la casa y, al otro día, buscan el repuesto y se vuelven. Es lo más que puedo ofrecerles. Grábese estas palabras, joven: se van hasta Loreto, preguntan por Barragán y le dicen que va de parte mía. No se va a negar. –Hizo una mueca parecida a una sonrisa sarcástica.

Ojota sólo atinó a darle las gracias: la puerta se terminó de cerrar mientras aún la miraba. Suspiró profundo y se propuso reconstruir la escena de su encuentro con Judy Garland hasta llegar al auto, donde Ricardo ansiaba saber qué pasaba, acariciando el guardabarros delantero con una mano y sosteniendo un cigarrillo con la otra mientras no se explicaba por qué había vuelto a fumar si ya había dejado definitivamente.

No puedo echarle la culpa a nadie... ¿Qué cuernos está haciendo Ojota? Espero que no le haya agarrado alguno de sus rayes esotéricos y haya gastado el mangueo de la llamada en suplicarle a Pat que atienda de una vez porque odia hablar con su contestador... ¡Uyyy, a ver si se le oscurece el karma! Es un zángano. No aprende más. Qué lindo que es todo esto cuando uno se toma el tiempo de disfrutarlo. ¿Y en qué andará Grillo a esta hora? Si al menos estuvieras aquí...

Y entre las sombras lejanas vio una que se bamboleaba a paso decidido. "Néstor siempre caminó así como si le dolieran las plantas de los pies", aseguraba su madre, María de los Milagros, en encuentros familiares.

–Si me vas a dar malas noticias, que sea en el auto.

Subieron al auto. Ojota acomodó el asiento y estrujó el paquete de cigarrillos vacío y se alegró de tener que ir hasta Loreto a buscar el repuesto: iba a aprovechar para aprovisionarse de vicio. Había sido previsor, es cierto, y aún tenía un atado sin abrir. Pero su instinto le dictaba que esa noche sería larga como la caminata que lo esperaba al día siguiente. Unas gotas, que se colaban por entre la rala copa del árbol que lo aparaguaba, empezaron a estamparse en el parabrisas del auto. Tratando de que su voz sonara tranquila, Ojota reprodujo, en detalle, la conversación con el mecánico.

–¡¡Y la reputísima madre que lo remilparió!! –Se encolerizó Ricardo cuando su amigo finalizó el relato. Parecía un gorila–. ¿A vos te parece? ¡Caminando hasta el culo del mundo para buscar el repuesto! ¡¡Y encima, llueve!!

Ojota agradeció no estar tan amargado como Ricardo. El sí podía verle el lado positivo a la vida.

La vida es como una pila: tiene un lado positivo y otro negativo. Sin uno o sin otro no funciona pero mientras estén los dos la energía circula. Una pila de vida... ¿Qué estará pasando por el barrio? ¿Lloverá como acá? Me gusta la lluvia que suena como un instrumento, como una batería de chapa. A este lugar le falta un mozo que traiga whisky. Y me fumaría un cigarro con los ojos cerrados. Me voy a prender un pucho. ¿Dónde metí el encendedor? Ah, sí...

chik –chik / gghhhh / ffsuhhhhhhhhh.....

–Relajate, Richie. Escuchá la lluvia y olvidate de todo lo demás. Pensá que los problemas no existen, que no pasó nada. Y que vamos a hacer algo distinto. Vamos a dormir en el corazón de la naturaleza.

El cielo se partió en un crujido que los dejó congelados. Ojota contó mentalmente y, cuando llegaba a cuatro una lluvia como no recordaba haber escuchado se precipitó sobre el árbol, sobre el techo, sobre el suelo. Sonaba como cientos de pequeños puños helados dando jabs.

–¡¡Cae piedra, Ojota!!