jueves

el día menos pensado (los mecánicos también serán hijos de dios) - Capítulo 2







–Bueno, muchacho... Yo hago el llamado a Loreto para encargar el repuesto y ahí, se lo piden a la Capital. A ver... Hoy es martes. Con un poco de suerte, lo enganchan a Cosme que es el único que va y viene a Buenos Aires y, si es como yo pienso, pasado mañana el punzuá de su auto está en el pueblo...

Ojota paseaba la vista por el interior de la casucha que era la matriz de la gomería–taller Del Mar, sin prestarle atención a las palabras que el Gato iba soltando entre dientes. Fue descifrando algunas de las formas que había visto desde afuera y en su corazón sintió una atmósfera eclesiástica. El frío húmedo del interior lo devolvía a sus días de monaguillo. Por una rendija entre las chapas logró ver una sombra fugaz. Ricardo bajó la mirada, resignado.

–Pueden dormir acá en el taller. No es una gran comodidad pero… Como se imaginarán, por acá no pasan muchos autos y yo no soy de esos truhanes que tiran clavos miguelito en la ruta. Yo soy un tipo honesto. –Se pasó la lengua por los labios como para seguir un largo rato–. Es un favor que estoy dispuesto a hacerles. Hoy por ti, mañana por mí, solía decir mi padre. No sé. Hagan como les parezca. La pampa es amplia –dijo haciendo un gesto que probablemente fuera amable y desapareció en las tinieblas.

Al salir, la luz recortó la forma de la puerta que acababa de abrir y dejó entrar la imagen de la trastienda de la gomería–taller: una casa sólida, con tejado a dos aguas se desplazaba hacia el horizonte, mantenida a la distancia por un camino de piedra partida. Cerró la puerta tras de sí. Ricardo buscó la mirada de Ojota que inspeccionaba el techo asintiendo extrañamente, como si estuviera en la Capilla Sixtina. Embelesado. Bajó la mirada y se encontró con los ojos de Ricardo.

–Ojota... ¿Vos escuchaste lo que me dijo? ¿Qué clase de favor es dormir en este taller mugroso? Si esta es la tan mentada solidaridad de la gente de la provincia… ¿La pampa es amplia? Pues bien, entonces dormiremos en la pampa. Antes muerto que deberle un favor a un tipo como el Gato. Y menos por la miseria que nos ofrece.
–¿No estás exagerando, Richie?
–¿Exagerando? –Negó repetidamente con la cabeza y chasqueó la lengua–. Si su padre decía eso, el mío decía que favor con favor se paga. Y, si es incondicional, uno tiene que estar dispuesto a devolverlo de la misma forma. Los tipos como éste son un problema, Ojota. Son peligrosos. ¿Sabés por qué? Porque te tienen agarrado de las pelotas: no podés ir a ningún lado si no te arreglan el auto. Mirá lo que es esto… ¡Nada por todos lados! Como lo saben perfectamente, se aprovechan de la situación y eso los hace sentir poderosos, ¿sabés? No te podés pelear con tipos así… Si nos peleamos con El Gato lo tenemos que matar. Porque si le queda algo vivo, nos cocina a tiros. Estos locos, hechos un guiñapo y todo, sacan una escopeta recortada y te pasan a la historia… ¿Por qué me mirás así? Siempre tienen una escopeta, yo sé lo que te digo. Y encima, tenemos que robarle la camioneta para escaparnos. Dos crímenes en un único acto. Vamos a hacer una cosa… Vamos a empujar el auto afuera y que El Gato meta el tallersucho éste en el traste. Aprovechemos para hacer algo distinto… Vamos a dormir bajo las estrellas, Ojota...

Empujaron el auto sin mucha dificultad porque la pendiente del terreno les era favorable. Sin embargo sintieron cómo, a los pocos segundos, una mancha de sudor se expandía por sus espaldas. Parecían dos batracios empujando una botella. Ricardo dirigió la trompa del auto debajo de un árbol, el más cercano al taller. La escasa sombra les llegó como una bendición. Se apoyaron en el baúl y se secaron la transpiración al unísono.

–Ya está. Acá la vamos a pasar bomba –dijo Ricardo sacudiéndose la ropa para refrescarse–. Mirá que hay lugares en este país... ¡Justo acá tuvimos que caer! –Asintió en silencio–. Tengo un mal presentimiento. Escuchá bien lo que te digo: si la cosa se pone espesa, al tipo éste hay que mandarlo al otro mundo antes de que él nos mande a nosotros. No podemos darnos el lujo de dudar, ¿escuchaste? Necesito saber si cuento con vos.
–¡Y dale con el cantito! ¿Cómo se te ocurre que podés matar al Gato?
–¡Pero te digo que es así, Ojota! Además, estos tipos son ermitaños. ¿Cuánto hace que no escuchás el ruido de un auto en la ruta?
–No me parece motivo suficiente para matar a un hombre.
–Yo no estoy diciendo “vamos, lo matamos y listo el pollo”. Te digo que los tipos como él son jodidos y si llega a pasar algo… A ver si me entendés: no son como un hombre cualquiera. Hay que tener mucho cuidado: son resentidos y no discriminan. No tienen noción de lo que es la Moral ni el Bien. Imaginate qué vida de mierda debe ser tener esta gomería acá. Gracias que tiene a su propia sombra… Te digo más: lo único que vas a ver salir por esa puerta es a un mecánico maniático.

Se equivocaba: una mujer joven salió por esa puerta. El vestido la envolvía con unas adherencias tan perfectas que parecía haber crecido con ella. El pelo recogido en una cola de caballo lacia le daba un aire más que campestre. El color blanco de su piel. Los vio y se detuvo un instante. Un segundo en el que dudó entre seguir camino y volver sobre sus pasos. Decidió continuar y apretó el monedero que llevaba entre las manos. Cuando pasó por delante de Ojota y Ricardo, pegó el mentón al pecho y lanzó una mirada de costado que recorrió los ojos de uno y de otro. Después se fue por el camino que conducía a la banquina que bordea la ruta. ¿Adónde iba?