martes

reality show

Paradiso Ediciones - 2004



Capítulo Uno

La estampita de Nuestra Señora de Aránzazu se deslizó de izquierda a derecha y de derecha a izquierda por el frente del tablero del Ford Fiesta. Automóvil sumamente apropiado para la primer madrugada del último año del milenio. Las cintas azul y oro danzaban con la corriente de aire fresco. Las manos de Turco Escéptico, firmes y peludas, estaban aferradas como un gato al volante. En el asiento de atrás, Be Funny e Invitada Sorpresa se descostillaban de risa bajo los efectos de una noche que comenzó muy temprano y que plagaba, apenas llegado el primero de enero, el cielo con luces. Miles de estallidos. Colores explotando en el aire. Mariposas artificiales desplegándose a cien metros del piso. Turco Escéptico agarró la doble curva a toda velocidad.

No podía asegurar que el tiempo se hubiese comprimido, pero la mansión de Marioneta Maldita estaba a full de luces delante nuestro. Agradecí profundamente, ya que temía que los recuerdos de Turco llegaran a Los Gatos. En la entrada embajadora, estaba parado un mono inmenso, vestido de negro. Abrió las puertas de las damas y se detuvo a esperar que mi amigo se bajara. Se montó en el carro y se escabulló a estacionarlo. Turco miraba con cierta cara de preocupación la luces rojas que giraban sin reducir la velocidad. Como por arte de magia, la doble puerta de madera se abrió de par en par. Ahí estaba Marioneta Maldita del brazo de su amado. Por encima de sus cabezas, la cruz de madera tamaño real se imponía majestuosa. Según él, espléndido siempre, alguien, cerca del Mar Muerto, había sido crucificado en ella.

–Las mejores flores del Jardín del Edén acaban de hacer su aparición –dijo y nos abrazó a Be Funny y a mí, con el calor entrañable de los buenos amigos–. Bienvenidos al último año del Siglo XX.
–Cambalache –adivinó Turco Escéptico señalándole el pecho con el índice.
–Los amigos de mis amigos suelen ser mis amigos –concluyó Marioneta, estirándole la mano para saludarlo–. ¿Y tu hermano, nena?
–No sé... Perdido... –jugueteó Be Funny y sonrió.

Invitada Sorpresa no dejaba de escrutarlo todo. Muebles, escaleras, decoración, invitados. Cada vez que una cara conocida pasaba cerca de ella, se alisaba el pelo. Su concepto de fashion era extremadamente bizarro como para intentar explicarle de qué se trataban las fiestas de Marioneta Maldita. El enorme jardín parecía una mesa de billar con un precioso ojo de agua en el centro. Arboles de tantos años que se combaban como los de los cuentos de brujas.

–Esto es más grande que La Ponderosa... –me susurró Turco Escéptico al oído, mientras se desabrochaba el primer botón de la camisa y aflojaba el nudo de su corbata–. Voy a buscar más champaña.
–Que sean dos, vaquero...
–Oki doki, maifrén.

La mano derecha de mi chica me rodeó la cintura desde atrás. Metió, apenitas, su dedo pulgar debajo de la hebilla del cinturón. Acto seguido me la imaginé desnuda, deslizándose muy ninfa en el interior de la pileta. Nadando con la destreza de Esther Williams. Mojado en mojado. Su lengua húmeda serpenteó por mi cuello.

–Mhh... estás salado...

El mar rompía sus olas con violencia sobre las rocas. El cielo color gris, sus ojos entrecerrados frente al agua, recibiendo en todo su cuerpo la bendición del agua salada, en microscópicas gotas. Totalmente salpicada. Me acerco a su cara con cautela. La lamo.

–Mesié... su champaña.
–Eh... Ah, gracias, gracias. ¿Querés, amor?
–No, peluchito... Voy al baño.
–¿Te sentís bien?
–¿Me veo mal?

Dio media vuelta y se fue caminando como sobre nubes. Firme. De aquí para allá. Sensual.

–La vas a ojear.
–No puedo evitarlo, me parte el cráneo.
–Y... está buena.
–¿Que qué?
–Ehhh... No te pongas así… Es un piropo... Vos sabés que las minas de los amigos son sagradas.

Terminamos nuestras copas de champagne. El mozo pasó y dimos cuenta de la segunda. Y la tercera. Y la cuarta. Be Funny no había vuelto y temía que se hubiera perdido en alguno de los vericuetos de la casa y se sintiera como en un palacio encantado. Pasillo puerta pasillo puerta. Emma Peel en el laberinto que entra en sí mismo, cinta de Moebius. Las luces de la mansión se apagaron por completo. Cuando los ojos se acostumbraron a la luz de la luna, redonda moneda de leche, pude ver que, desde seis o siete lugares aparecían unos tipos vestidos de hawaiianos, portando una suerte de camillas en la que descansaban figuras femeninas, recostadas sobre un lado, el brazo en triángulo, los dedos enroscados dentro de sus melenas. La pileta pareció incendiarse de luz blanca y, al tiempo que las sirenas se tiraban al agua, una batería de fuegos artificiales conmovió el cielo. Marioneta es Hollywood. Las chicas nadaban en círculos. Imaginaba cuánto podría haber disfrutado Be Funny de estar nadando disfrazada así, cuando la reconocí: los pechos al aire, los pezones cubiertos con estrellas de mar de strass plateado, el mismo que cubría su cola ictícola. Las seis o siete tenían colas y estrellas de distintos colores, formando un glamoroso arco iris de fantasía marina. La gente aplaudía a rabiar. Y cuando sus colas multicolores se levantaron por sobre la superficie del agua, el desenfrenado beat comenzó a sonar. Hora del dancing. La multitud se desparramó por el parque como Marabunta hambrienta de diversión. Agachado, al borde de la pileta, veía de reojo los saltos frenéticos mezclados con tímidos pasos de boîte. Be Funny se acercó, nadando delicadamente, a mí. Apoyó sus manos en la laja, a cada lado de mis pies, se montó sobre sos brazos y dejó su cara muy cerca de la mía. La besé en los labios. Los hawaiianos que la transportaron la ayudaron a subir. En menos de dos movimientos le quitaron la cola plateada y quedó con una calza de ciclista negra de lycra adherida a su piel. Ardía por verla de atrás. Me dijo que iba a cambiarse en el momento en que Turco Escéptico me dio tres golpecitos en el hombro. En la mano de su brazo izquierdo, paralelo al piso, aferraba un trago largo de color casi violeta con pequeños trozos de fruta.

–¿No viste a Invitada Sorpresa?

Hicimos un rodeo con la vista. Entremedio de los árboles se había formado un trencito con gente que sacudía el culo de un lado al otro y estiraba, cada dos pasos, su pierna derecha de costado y hacia atrás.

–Tiene que estar ahí –me dijo.

Nos acercamos. De atrás de un cedro apareció, con su mano izquierda sobre el hombro de un tipo; arrastrando tras de sí, sostenido por la cobarta, a un pelirrojo exaltado que apoyaba sus manos en los cantos de la joven acompañante de mi amigo. Apretaba su carne con pequeños movimientos de los dedos, a lo que seguía una risita de Invitada Sorpresa, como si fuera la locomotora caliente del largo tren de la histeria.

–Bah... es atorranta y previsible–. acotó mientras rastreaba un trozo de frutilla en el fondo del vaso.
–¿Celoso?
–No, boludo... Es atorranta de posta. Me dio pena porque se quedaba sola y sin lugar a dónde ir. Viste lo choto que es pasar las fiestas solo...
–Hay momentos en los que me conmovés.
–Es que la pendeja se peleó con los viejos, que viven en la loma del orto. Coronel Pringles o algo así. ¿De ahí era Celeste Carballo, no? Bueno... Acá vive con una amiga, pero a la chabona ésa se le dio por encerrarse en el depto con el novio para recibir el año nuevo. Le pedimos algo de ropa y me la traje.
–¿De dónde la sacaste?
–Va a la remisería. Creo que estudia para modelo. Juejejeje...
–Va a pasar hambre.
–Que se joda.

Cuando el cielo trocaba del azabache al celeste, Turco Escéptico me anunció la partida del Ford en el camino de retorno. Marioneta Maldita nos despidió con uno de sus típicos souvenirs.

–Siempre es bueno portar un fragmento de cielo –sentenció levantando su mano y volviendo a la fiesta.
–¿A la otra piba la dejamos acá?
–Si no se ahogó, se la llevará el cabeza de tuco.
–Entiendo.
–¿Vos estás como para manejar? –preguntó mi chica.

Turco le clavó una mirada dura al centro de los ojos. Creo que trataba de encandilarla mientras buscaba las palabras apropiadas. Su cerebro acusaba un par de golpes, pero sus reflejos estaban intactos. Con la velocidad de un zarpazo lanzó su mano abierta hacia la cara de Be Funny.

–¡Buh! Subí que te llevo, nena...