miércoles

Belleza

a Roberto Fontanarrosa in memoriam




Los partidos de fútbol siempre hay que mirarlos desde arriba. Esa es la perspectiva adecuada para ver cómo se paran los jugadores, y esto es fundamental para poder tomar decisiones estratégicas. Eso es lo que sostiene X y en este punto de la conversación prende (inevitablemente) un cigarrillo. Mira las volutas desaparecer en el aire, estallar en un abanico traslúcido contra el tinglado de la vereda.

En esto tenés que ser rápido o estás frito. Nadie te va a dar segundas oportunidades. Eso de que el fútbol siempre da revanchas es una de las grandes falacias de la humanidad, asegura. Te pongo un ejemplo: la selección de Colombia viene a la cancha de River y, en Buenos Aires mismo, nos ganan 5 a 0. ¿Te acordás? Sí, yo también quisiera poder olvidarlo. Ahora bien, supongamos (cosa que hasta el día de hoy no ha sucedido) que Argentina va a Medellín, por decir una ciudad conocida, y le ganamos 5 a 0 a los colombianos. ¿Quién nos ahorra todos estos años en que ese partido se dibujó como una pesadilla en nuestros pensamientos? El primer resultado nunca se borra, porque la vergüenza no se borra; la ignominia es una mancha que no desaparece. X mira el reflejo de las luces en las ventanas. Le recuerda, en su iluminar cadencioso y blanco, a los vestuarios de la segunda división.

Yo siempre apunto a un equipo sólido que responda como un Mercedes Benz; que se deje manejar con mano firme pero sin violencia; hacer que los jugadores sientan quién es el que manda, quién es el verdadero jefe, sin que se sientan excluidos del éxito. Yo no sería nada sin ellos, es cierto, pero también está en mi destreza ganar el partido. Los conozco como si los hubiera parido. Cada vez que X nombra a sus jugadores, un sentimiento parecido a la emoción le ocupa el pecho. Ese equipo es su orgullo, su razón de ser. ¿Quién no intentó explicarle la verdadera razón de la vida? Pero siempre hace oídos sordos.

Vos sabés cómo es el asunto con nuestros rivales. Cada vez que te digo esto me mirás con esa cara de espanto. Pero yo no perdí la razón: te juro por lo que más quiero que me miran con resentimiento. Todos me conocen. Antes no podía dejar de pensar en ellos y mi cambio a la vereda de enfrente hizo que todo el tiempo que compartimos estallara en mil pedazos como cuando se te cae un espejo al piso. Cuando la garganta se le seca, X levanta el vaso de cerveza y lo empina. Se pone bizco siguiendo el camino de la espuma blanca. La misma bizquera que tiene cuando las cosas no terminan de salirle en la cancha tal cual las ha imaginado en su cabeza.

A vos te puedo contar estas cosas porque dentro de unos minutos vas a salir a la cancha con ellos. Ahí se terminó, por el tiempo que dure el partido, nuestra amistad. Voy a tratar de que mis muchachos sean una topadora que pase por arriba a los tuyos, que los convierta en el asfalto de mi camino a la gloria. Cuando encuentra un giro poético se aplaude sonoramente y larga una carcajada que afirma sus dichos. Si está cerca de una mesa, apoya los codos, junta las manos y descansa el mentón sobre la unión de los puños. Mira fijo al interlocutor, esperando un comentario favorable a su sagacidad literaria.

Mi nueve es un cabeza dura. Pero no de que no entienda. Tiene un cañón sostenido por su cuello. Cada vez que viene una pelota de aire, y son pocas porque mi estilo de juego es pegado al piso, y la engancha, es gol seguro. Una piedra la cabeza de mi nueve. X se frota las manos como si tuviera frío. Revuelve los maníes y pega en la yema de sus dedos los granitos de sal mezclados con los vestigios de la semilla y pedacitos de cáscara bordó y se los lleva a la boca. Asoma apenas la lengua y se lleva hacia adentro el pequeño rejunte de sobras de la picada. Un gesto que lo hace parecer un reptil. Pero no es sangre fría lo que corre por sus venas.

Lo que me enferma, son esos tipos que bartolean la pelota. No entienden la sutileza, la belleza de ballet que tiene que tener el fútbol. ¿Sabés lo que me gustaría hacer el día que mi equipo responda como sueño que responda? Filmarlos. Y en vez de relato, pasarlo con música clásica de fondo. Si pasa esa prueba con éxito, voy a poder retirarme tranquilo. Por eso la sangre me hierve cuando me encuentro con uno que lo único que hace es que sus jugadores le den ¡pum al cielo! Odio a los que se llenan la boca con el “huevo, huevo, huevo”. Todos estos que te digo, y muchos otros, dinamitan la esencia del juego. Una vena de su frente siempre amenaza con estallar cuando habla de sus enemigos ideológicos. Con un movimiento certero de su índice derecho, se acomoda los anteojos que se deslizaron hasta la punta de su nariz.

Lo único que me preocupa es el arquero. Es muy petiso mi arquero. Y te digo que no le encuentro explicación alguna. De reflejos, anda fenómeno. Una orden que le das es una orden que cumple. Pero te juro que lo veo debajo de los tres palos y pienso si no podría haber sido más grande. Ahora estoy interesado en conseguir uno más alto, como para probarlo y, si me resulta mejor, quedarme con ése. Pero anduve averigüando y no consigo. Esto que te digo no lo pongo como excusa. Apaga el cigarrillo aplastándolo contra el fondo plateado del cenicero y desparrama las cenizas, dejándo un círculo en el medio. Es una cábala, así como hablar de su arquero petiso como si hubiera alguno que no lo sea. Se frota las manos una vez más.

Vamos, dice señalando la cancha. Es la hora. Lo veo caminar delante, con los pantalones torcidos sobre su pierna más corta. Acompañando el paso desparejo. Se para y mira el estadio.

Esto es belleza, mi amigo. Esto es Fútbol. Se agacha como puede e inserta la ficha en la ranura. Tira de la manija y las siete pelotitas de madera caen en la buchaca de plomo. Le acaricia la cabeza paternalmente a su arquero petiso, que permanece con los brazos pegados, atravesados por el eje metálico engrasado. Con las cejas enarcadas de concentración, deja caer la bola al centro de la cancha mientras comienza a silbar El Lago de los Cisnes.